jueves, 2 de abril de 2009

Una entrevista de José R. Vilamor


De profesional a profesional


Jose R. Vilamor entrevista para El Rotativo a Vicente Talon, otro periodista de aquella generación que se formaba en la calle y entre el humo de los cigarros de una redacción sorda por los gritos del cierre. Pertenecen a la historia del periodismo que los estudiantes de la comunicación e información leen y releen en los libros.
El Rotativo: Puesto que es un periódico universitario la idea es que los estudiantes conozcan de cerca la realidad de los periodistas que han creado historia.
Vicente Talon: Cuando me llaman de una universidad o de un colegio mayor siempre hablo de lo mismo, de enviado especial que es lo que he hecho toda mi vida. El problema es que hablo de un tiempo ido, de los 24 años que hice de enviado especial por ahí. Con los sistemas de aquella época que eran el télex y el teléfono, nada de estos medios de ahora.
E. R: Lo que cambia es la técnica, lo de menos. En El Ideal gallego poníamos los titulares a bolígrafo.
V. T: Cuando llego a Pueblo en 1966 ya había un redactor, Ardila, que decía que las máquinas de escribir eran artilugios diabólicos: ¿cómo se podía uno concentrar y escribir bien con máquinas de escribir? Él escribía con pluma de tinta. Yo era un recalcitrante de la pluma y la tinta que no quería un ordenador ni a la de tres. Pero no he tenido más remedio que pasar por el aro. Hasta hace dos años tenía aquí una Olivetti Léxicon 80. Pero cuando ya está informatizado hasta el niño de los recados...
E. R: La técnica ha cambiado enormemente pero la forma de hacer periodismo no.
V. T: La forma de hacer periodismo es una cosa muy personal. He coincidido con gente de la vieja generación, como Luis Calvo que había estado condenado a muerte en la Torre de Londres por espía alemán; a Salvador López de la Torre, que había combatido en la División Azul durante la Segunda Guerra Mundial; José Luis Gómez Tello, que ha muerto. De mi generación andaban por allí Miguel de la Cuadra Salcedo, un hombre de cámara, que iba, hacía una cosa y tenía que volver para emitir en televisión el día tal. Entré en televisión y me despedí rápidamente porque era a fecha fija. Enviado especial permanente no lo hacía nadie, estaban casados, tenían los pluriempleos de la época, estaban en su periódico y escribían en revistas, colaboraban en radio. Si eres permanente tienes que renunciar a todo eso.
E. R: Ese toque personal se ha perdido.
V. T: Es completamente distinto. Una de las primeras cosas que me sorprendió, hace muchos años, fue con Lola Infante de Diario 16, entonces la única periodista española que hablaba árabe y era enviada especial. Estábamos en Marruecos y dije “vamos a comer”. Y dijo “espera, que tengo que contestar al busca”. Yo nunca lo tuve, mediatizaba mucho. Me iba y no sabía cuándo volvería. En el 66 estaba con los mercenarios españoles en el norte del Congo y estalló la rebelión de los mercenarios. Desaparecí durante dos meses. No me esperaban, ya aparecería. Era otro mundo, ahora la gente está completamente fichada. Al regresar, por fin, a España, tuve la suerte de que Pueblo pudo abrir, el primer día, con un gran titular donde ponía “Bajo las bombas de Israel” porque nos bombardearon, claro. Cuando volví publiqué ocho páginas con mis fotos contando todo lo que había ocurrido sin la censura militar y en profundidad. Eso se ha perdido. En la segunda guerra del Golfo, la del 91, la gente tenía el chip de que yo era el hombre de las guerras. Fue una guerra donde, por vez primera, los periodistas estaban como borreguitos, bajo disciplina militar. Formaron un grupito seleccionado, los de patita blanca, los que no iban a crear marejada. Les llevaban a un sitio, para mi increíble asombro, escribían sus crónica, se las entregaban a los censores militares y éstos las devolvían después de quitarles lo que no interesaba y, peor todavía, meterles las clásicas “morcillas”. Antes, en Vietnam o Camboya, tenía lugar la rueda de prensa a las seis de la mañana y cuando se terminaba había que buscarse la vida.
E. R: El trabajo de antes implicaba un peligro extra para el periodista, además de unas noticias más independientes.
V. T: Por eso murieron 18 periodistas en Camboya, en el caos aquel. Todos habíamos firmado el primer día que si nos pasaba algo exonerábamos al Ejército norteamericano de responsabilidad. Los periodistas teníamos que llevar uniforme y arma y demostrar que la sabíamos manejar. Hacían que uno pegara tres tiros con el M-16.
E. R: ¿Fue una buena época para ejercer esta profesión?
V. T: Me alegro mucho del año en que nací, las experiencias que he vivido y el periodismo que he desarrollado. El periodismo de hoy no me gustaría. Antes había una figura central, el director, para mi Emilio Romero. Después llega El País que lo cambia todo, y no para mejor. Pueblo anunciaba días antes de empezar el serial, en el rataplán de primera página, el reportaje de Vicente Talon en la Guerra del Yemen. Lo mantenía al día siguiente, al otro y al otro. Y por fin empezaba mi serial, que era anuncio en primera página, y en la última página completa, mi foto en pequeño y las fotos que había obtenido. Así salieron mi entrevista con Ian Smith de Rodhesia o cuando Gaddafi me llevaba al hotel, conduciendo él mismo. Fui el primer periodista en entrevistarle cuando él había dado un golpe revolucionario.

Sus entrevistas
E.R: Habla de personajes. ¿A quiénes ha entrevistado que le marcaran por su forma de ser o de pensar?
V.T: Dependiendo del medio. Por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta a la que descubrí el primero en España. Estando en la Guerra de Bangladesh bajé en el aeropuerto de Calcuta y me encontré con el obispo auxiliar, que dijo que conocía a la esposa del general. De madrugada unos militares me metieron en un avión lleno de sacos, armas, bombas y me llevaron a Comillas, donde cubrí la guerra. Al volver, el padre me dijo que podía hacer un reportaje sobre una mujer de muchos méritos que se llama Madre Teresa. Estoy hablando de 1970. Yo me dije “¿qué hago escribiendo sobre una monja en Pueblo?”. Pero se habían portado bien. Duré dos horas con ellas. Y porque en aquel entonces tenía un estómago blindado y era más joven. Era impresionante.
E.R: ¿Vivió las experiencias de la Madre Teresa de cerca?
V.T: Primero nos fuimos a la orilla del río a recoger a los niños que abandonaban sus madres. Los dejaban, y al salir el sol se abrasaban los bebés y se los comían los perros. Luego fuimos al centro de Calcuta, donde se formaban verdaderas batallas por conseguir un rincón y poner un zaguán para tener un poco de intimidad. Allí sólo quedaban los enfermos que no se podían levantar y la Madre Teresa los recogía y se los llevaba al hospital.
E.R: ¿Algunas son experiencias muy duras?
V.T: Fue impresionante lo que vi en aquel hospital. Se habla de pobres, de miseria, de llagas, pero hasta que se ve un sitio de estos no se sabe lo que es. Y al final le dedicamos un amplio reportaje a la Madre Teresa.
E.R: ¿Hay algún otro personaje a lo largo de su trayectoria que recuerde con especial cariño?
V.T: Una de las primeras entrevistas que hice fue al presidente Tomalbañe, de Chad. Este hombre llevaba unos tatuajes en la cara como las zarpas de una fiera que le daba un aspecto salvaje. Otra, en Yemen, me encuentro con un general yemení alto y pelirrojo que saca la cartera y me da una tarjeta que pone “Alfonso de Borbón, príncipe de Condé. Calle Callejón de las Tomasas, 6. Albaicín. Granada”. Y era un norteamericano de la familia Borbón Condé que quería ser súbdito del último rey árabe medieval que hubiera en el mundo, que era el de Yemen.
E.R: Gracias, Vicente.

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